Ningún otro cultivo alimentario ha influido tanto en el curso de la historia como la humilde patata. Cultivada a partir de múltiples especies silvestres en los Andes peruanos, desde 8.000 año a.C., la solanum tuberosum llegó a Europa durante el Intercambio Colombino en el Siglo XVI donde esta planta desconocida fue vista inicialmente con recelo. Pronto, sin embargo, la patata se convirtió en un cultivo clave, capaz de alimentar a la floreciente población del Viejo Mundo. Esto tuvo un enorme impacto en la vida de los pobres y, en consecuencia, en las estructuras sociales, económicas y políticas de naciones enteras.
Los colonos europeos siguieron cultivando patatas en Norteamérica, aunque no fue hasta principios del Siglo XVIII cuando se empezaron a cultivar a gran escala. En la actualidad, miles de hectáreas de tierras de cultivo estadounidenses se dedican a esta hortaliza de raíz rica en nutrientes. En muchos países en desarrollo, la patata se hizo más popular que los cultivos de cereales, ya que genera mayores rendimientos por acre y utiliza menos agua por unidad de alimento producida.
Cultivo. A diferencia de otros grandes cultivos de campo, las patatas se plantan en forma de pequeños tubérculos. Su proceso de reproducción se conoce como propagación vegetativa, por la que cada tubérculo semilla da lugar a varios “clones” de sí mismo. Tradicionalmente, se reservaba una parte de cada cosecha para utilizarla en la siguiente temporada de siembra; hoy en día, los agricultores suelen comprar tubérculos de siembra certificados a proveedores especializados para reducir el riesgo de enfermedades.
Los tubérculos suelen plantarse en hileras de tierra amontonada. Esto proporciona un buen drenaje y aireación, así como mucho espacio para los tallos subterráneos que darán lugar a la cosecha en desarrollo. Mantener intactos estos caballones de tierra es de suma importancia: si los tubérculos se “desentierran” y quedan expuestos a la intemperie, pueden producirse graves problemas, desde un desarrollo asfixiante del cultivo hasta la producción de solanina, una toxina que vuelve verde a las patatas y puede ser perjudicial cuando se consume.
Riego. Para evitar dañar las crestas y mantener los tubérculos a salvo bajo la tierra, puede parecer tentador pecar de precavido e instalar simplemente aspersores diseñados para distribuir gotas muy pequeñas. Es cierto que las gotas grandes, con su mayor impacto cinético, tienen más probabilidades de desplazar la tierra amontonada y dejar al descubierto los tubérculos. Pero ir demasiado lejos en el sentido contrario, puede ser igual de perjudicial: las gotas finas son más propensas a perderse por la deriva del viento y la evaporación, lo que comprometerá la salud y la productividad del cultivo, además de desperdiciar energía y agua.
El objetivo es, regar según el “Principio de Ricitos de Oro”: con gotas que no sean ni demasiado grandes (causando escorrentías, compactación del suelo y daños en las crestas) ni demasiado finas (provocando pérdidas de gotas y cultivos insuficientemente regados).
Una forma de conseguirlo es utilizar diferentes boquillas en distintos momentos del ciclo de crecimiento. En las primeras fases, la falta de cubierta vegetal deja las crestas más expuestas a los daños, mientras que un sistema radicular menos profundo significa que las plantas jóvenes necesitan menos agua para prosperar. Así que podría usted empezar la temporada configurando su mapa de aspersores con boquillas más pequeñas, que suelen emitir menos gotas por aspersor que las boquillas más grandes, lo que reduce la carga de energía cinética sobre el suelo. A medida que las plantas se van estableciendo, su cubierta vegetal aumenta, al igual que su demanda evotranspiracional. En este punto, el mapa puede ajustarse a la profundidad de riego proyectada originalmente.
Por supuesto, no se trata de un planteamiento general y único: la línea de actuación precisa dependerá siempre del comportamiento del suelo concreto, y debe determinarse caso por caso. Pero en general, esta estrategia puede funcionar bien para preservar la integridad de los caballones, al tiempo que se optimiza el uso del agua a lo largo de las diferentes etapas de crecimiento del cultivo y las necesidades de riego.
Uno de los principales inconvenientes de este método es que la sustitución de las boquillas puede ser una tarea ardua, especialmente en granjas grandes con varios pivotes en varios campos. Hay que recuperar las boquillas correctas del almacén, llevarlas a cada campo, retirar y guardar las boquillas anteriores en un lugar seguro (y, con suerte, recordar donde las ha puesto para la próxima vez que se necesiten). Para agilizar este proceso, el Komet Precision Twister (KPT) viene con un soporte integrado para una segunda boquilla, de modo que ambas boquillas se mantienen en el cuerpo de aspersor en todo momento. Esto libera de la tarea de almacenar, etiquetar, encontrar y transportar sus boquillas de reserva a y desde el campo. En su lugar, sólo tiene que configurar dos juegos de mapas de aspersores (uno con una profundidad de riego reducida para el inicio de la temporada, y otro con la profundidad total, que entrará en vigor a la mitad de esta). El cambio de boquillas se realiza de forma rápida y sencilla in situ, según sea necesario.
Pero ésta no es la única ventaja que distingue al KPT: El aspersor insignia, ultra duradero de Komet ha sido diseñado para garantizar la uniformidad de las gotas, que se mantiene gracias a su sistema hidromecánico patentado. Esto garantiza una salida uniforme de gotas que son extremadamente resistentes a la deriva del viento, pero que al mismo tiempo no comprometen la estructura del suelo. Compatible con más de cuarenta tamaños de boquillas y disponible para varios tipos de instalación, el KPT es capaz de proporcionar un riego óptimo para prácticamente cualquier cultivo, incluido, por supuesto, el héroe olvidado de la seguridad alimentaria mundial: la humilde patata.